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DISCURSO PRELIMINAR

los mismos Escribas y Fariseos y lejisperítos conocían otro Mesías que el que hallaban en los libros y en las tradiciones de los hombres, fué como una consecuencia necesaria que todo se errase, y que el pueblo ciego, conducido por otro ciego, que era el sacerdocio, cayese junto con él en el precipio. ¿Acaso podrá un ciego guiar á otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo[1]?

Aora amigo mio: dejando aparte y procurando olvidar del todo unas cosas tan funestas y tan melancólicas, que no nos es posible remediar, volvamos todo el discurso ácia otra parte. Si yo me atraviese á decir, que los Cristianos en el estado presente, no estamos tan lejos como se piensa de este peligro, ni tan seguros de caer en otro precipicio semejante, pensarias sin duda que yo burlaba, ó que acaso queria tentaros con enigmas, como la reina Sabá á Salomon. Mas si vieras que hablaba seriamente sin equivoco ni enigma, y que me tenia en lo dicho, paréceme que al punto firmáras contra mí la sentencia de muerte, clamando á grandes voces sea apedreado: y tirándome vos mismo, no ostante nuestra amistad, la primera piedra. Pues señor, aunque lluevan piedras por todas partes, lo dicho dicho: la proposicion la tengo por cierta, y el fundamento me parece el mismo sin diferencia alguna sustancial: oíd aora con bondad, y no os asusteis tan al principio.

Así como es cierto y de fe divina, que el Mesías prometida en las santas Escrituras vino ya al mundo; así del mismo modo es cierto y de fe divina, que habiéndose ido

  1. ¿Numquid potest cæcus cæcura ducere? ¿nonnè ambo ia foveam cadunt? — Luc. vi, 39.