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Una vez repleta levantó el vuelo, volvió á la colmena, y habiéndola seguido, vila apresurarse en la superficie de la muchedumbre, hundir la cabeza en una celdilla vacía, volcar la miel y disponerse á salir de nuevo. La espié y me apoderé de ella apenas reapareció en el umbral.

Repetí veinte veces seguidas el experimento, tomando sujetos diferentes y suprimiendo siempre la abeja «cebada para que las demás no pudieran seguirle la pista. Para hacer esto con mayor comodidad, había colocado á la puerta de la colmena una caja de vidrio, dividida por medio de una trampa en dos compartimientos.

Si la abeja marcada salía sola, me limitaba á aprisionarla, como lo había hecho con la primera, é iba á aguardar en mi gabinete la llegada de aquellas á quienes hubiera podido comunicar la noticia. Si salía acompañada por una ó dos abejas, la detenía en el primer compartimiento de la caja, separándola de ese modo de sus amigas, y después de marcar éstas con otro color, las dejaba en libertad siguiéndolas con la vista.

Es evidente que si se hubiera realizado una comunicación verbal ó magnética, que comprendiese una descripción de los lugares, un método de orientación, etc., yo encontraría en mi gabinete cierto número de abejas informadas de ese modo. Debo reconocer que sólo he visto llegar una. Siguió las indicaciones recibidas en la colmena? ¿Llegó por casualidad? La observación era insuficiente, pero las circunstancias no me permitieron continuarla. Solté las abejas «cebadas y mi gabinete se vió muy pronto