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XII

Reanudemos, pues, donde la habíamos dejado la historia de nuestra colmena, para apartar cuanto sea posible, uno de los pliegues de la cortina de guirnaldas en cuyo centro comienza el enjambre á sufrir ese extraño sudor, casi tan blanco como la nieve y más ligero que el plumón de un ala. Porque la cera que nace no se parece á la que conocemos: es inmaculada, imponderable, parece realmente el alma de la miel —que es á su vez el espíritu de las flores,—evocada en un encantamiento inmóvil, para convertirse más tarde, en nuestras manos, sin duda como recuerdo de su origen en que hay tanto azur, perfume, espacio cristalizado, rayos sublimados de luz, de pureza, de magnificencia, la perfumada iluminación de nuestros postreros altares.

XIII

Muy difícil es seguir las diversas faces de la secreción y el empleo de la cera en un enjambre que comienza á edificar. Todo pasa en el fondo de la muchedumbre, cuya aglomeración cada vez más densa debe producir la temperatura favorable á esa exudación el privilegio de