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te en posesión, hasta la muerte, de los espermatozoarios arrancados á su infeliz amante. Esos espermatozoarios, cuyo número, calcula el doctor Leuckart en veinticinco millones, se conservan vivos en una glándula especial situada bajo los ovarios, å la entrada del oviducto, y que se llama espermateca. Se supone que la estrechez del orificio de las pequeñas celdas y la forma de dicho orificio que obliga á la reina á encorvarse y sentarse, ejerce cierta presión sobre la espermateca, presión que hace salir los espermatozoarios para fecundar el huevecillo á su paso. Esa presión puede no ejercerse en las celdas grandes, y no hacer entreabrir la espermateca. Otros, por el contrario, opinan que la reina gobierna realmente los músculos que abren ó cierran la espermateca sobre la vagina, y en efecto, estos músculos son numerosísimos y tan poderosos como complicados. Sin querer resolver cuál de estas dos hipótesis es la mejor, porque cuanto más se adelanta y observa, mejor se ve que uno no es más que un náufrago en el océano hasta ahora tan desconocido de la Naturaleza, y mejor se sabe que siempre hay un hecho pronto á surgir del seno de una ola repentinamente transparente, para destruir en un instante todo cuanto se creía saber, confesaré, sin embargo, que me inclino á la segunda. En primer lugar los experimentos de un apicultor bordalés, M. Drory, demuestran que si se quitan todas las celdas grandes de una colmena, llegado el momento de poner huevos de machos, la ma-