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que reclama continuamente más. Sin embargo, á falta de ellas y mientras se le procuran, resígnase á depositar sus huevos en las anchas celdas que encuentra á su paso.

Las abejas que allí nazcan serán machos ó zánganos, aunque los huevos sean completamente iguales á los de obreras. Ahora, al revés de lo que sucede en la transformación de una obrera en reina, lo que determina este cambio no es ni la forma ni la capacidad del alvéolo, porque de un huevo puesto en una celda grande y transportado en seguida á una celda de obrera, nacerá un macho más ó menos atrofiado, pero indiscutible (he logrado operar cuatro ó cinco veces este cambio, bastante difícil á causa de la pequeñez micróscopica y la extremada fragilidad del huevo). Necesario es, pues, que la reina, cuando pone, tenga la facultad de reconocer ó de determinar el sexo del huevo que deposita, y apropiarlo al alvéolo en que lo deja.

Raro es que se equivoque. ¿Cómo hace? ¿Cómo separa entre los millares y millares de huevecillos que contienen sus ovarios, los machos de las hembras, y cómo bajan su voluntad al único oviducto?

Henos aquí, de nuevo, en presencia de otro de los enigmas de la colmena, y de uno de los más impenetrables. No se ignora que la reina, aún virgen, no es estéril, pero que en ese estado sólo puede poner huevos de machos. Sólo después de la fecundación del vuelo nupcial, produce á su elección obreras ó zánganos. A consecuencia del vuelo nupcial, queda definitivamen-