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cer enjambre de la colmena. Desde hace algunas horas han ido adelgazando gradualmente las paredes de la cápsula madura, y poco después la joven reina que rola por el interior y al mismo tiempo la redondeada tapa, muestra la cabeza, sale á medias de la celda, y ayudada por las guardianas que acuden, la acepillan, la limpian y la acarician, se desprende y da sus primeros pasos sobre el panal. Como las obreras que acaban de nacer, está pálida y vacilante, pero al cabo de unos diez minutos afirmansele las piernas, é inquieta, comprendiendo que no está sola, que tiene que conquistar su reino, que hay ocultas prétendientes en las cercanías, recorre las murallas de cera, en busca de sus rivales. Aquí intervienen la cordura, las decisiones misteriosas del instinto, del espíritu de la colmena ó de la asamblea de las obreras. Lo más sorprendente, cuando se sigue con la mirada, en una colmena de cristales, la marcha de esos acontecimientos, es que jamás se observa la menor vacilación, la más mínima división.

No se halla señal alguna de discordia ó de discusión. Reina exclusivamente una uhanimidad preestablecida, tal es la atmósfera de la ciudad, y cada abeja parece saber de antemano lo que han de pensar las demás. Sin embargo, el momento es uno de los más graves para ellas: aquel es, hablando con propiedad, el minuto vital de la ciudad. Deben elegir entre tres ó cuatro partidos que tendrán consecuencias lejanas, totalmente distintos y que una pequeñez puede hacer funestos. Tienen que conciliar la pasión ó