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ros huevos, y al punto el pueblo la rodea de minuciosos cuidados. Desde entonces, dotada de doble sexo, encerrando en su ser un inagotable padre, comienza su verdadera vida, no sale ya de la colmena, no vuelve á ver la luz, si no es para acompañar á algún enjambre, y su fecundidad no se detiene sino al acercarse la muerte.

— VII

Prodigiosas bodas, las más mágicas que podamos soñar, celestiales y trágicas, arrastradas por el arrebato del deseo más arriba de la vida, fulminantes é imperecederas, únicas y deslumbrantes, solitarias é infinitas. Admirables embriagueces en que la muerte—sobrevenida en lo más límpido y bello que haya en torno de esta esfera: el espacio virginal y sin límites,—fija en la transparencia augusta del tendido cielo el instante de la felicidad, purifica en la luz inmaculada la parte de bajeza que tiene siempre el amor, hace inolvidable el beso, y contentándose esta vez con un diezmo indulgente, toma con sus propias manos, en estos instantes maternales, el cuidado de introducir y unir en un solo cuerpo y para un largo porvenir inseparable, dos pequeñas y frágiles vidas.

La verdad recóndita no tiene esta poesía, tiene otra que somos menos aptos para compren-