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el interés de un espíritu sincero. El objeto del observador no es asombrar sino comprender, y tan curioso es señalar sencillamente las lagunas de una inteligencia y todos los indicios de un régimen cerebral que difiere del nuestro, como relatar maravillas.

Sin embargo, la indiferencia no es unánime, y cuando la reina sofocada llega á la tablita de arribo, fórmanse algunos grupos que la acompaňan al interior, en que el sol, héroe de todas las fiestas de la colmena, penetra con pasos temerosos y empapa en sombra y azul las paredes de cera y las cortinas de miel. Por otra parte, la recién casada no se turba más que su pueblo, no hay cabida para numerosas emociones en su estrecho cerebro de reina práctica y cruel. No tiene más que una preocupación: librarse lo más pronto posible de los recuerdos importunos del esposo que dificultan sus movimientos. Se sienta en el umbral y arranca con cuidado los órganos inútiles que las obreras van llevando para tirarlos lejos de allí; porque el macho le ha dado cuanto poseía y mucho más de lo necesario. Ella no conserva en su espermateca más que el líquido seminal donde nadan los millones de gérmenes que, hasta el día de su muerte, bajarán uno por uno al paso de los huevecillos, realizar en la sombra de su cuerpo la unión misteriosa del elemento macho y hembra de que nacerán las obreras. Por un curioso cambio, ella es la que suministra el principio masculino, y el macho el principio femenino. Dos días después del ayuntamiento, la reina pone los prime-