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—Prefiero la bestia sencilla y desnuda á la odiosa semibestia—murmuré.

—Habla usted así, de acuerdo con la primera apariencia, la de los poetas, que hemos visto ya, —replicó. No la mezclemos con la que estamos examinando. Esas ideas y esos sentimientos son estrechos y bajos, si usted quiere, pero lo que es pequeño y bajo es ya mejor que lo que no es nada. No se sirven de ellos sino para perjudicarse y persistir en la medianía en que se hallan; pero así sucede muy á menudo en la Naturaleza. Los dones que ésta acuerda no sirven en un principio sino para el mal, para empeorar lo que parecía querer mejorar; pero, al fin de cuentas, de todo ese mal resulta siempre cierto bien. Por otra parte, no me empeño en probar el progreso; según el punto de que se le considere es algo muy pequeño ó muy grande. Hacer un poco menos servil, un poco menos penosa la condición humana, es un punto enorme, es quizá el ideal más seguro; pero, avaluada por el espíritu desprendido un instante de las consecuencias materiales, la distancia que media entre el hombre que marcha á la cabeza del progreso y el que se arrastra ciegamente tras él, no es muy considerable. Entre estos jóvenes rústicos cuyo cerebro es sólo frecuentado por ideas informes, hay varios en quienes se halla la posibilidad de alcanzar en poco tiempo al grado de conciencia en que vivimos ambos. Sorprende á menudo el insignificante intervalo que separa la inconsciencia de esta gente, que uno se imagina completa, de la conciencia que se juzga más elevada.