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hinchados de desdén, aturdidos y sin malicia,pero despreciados con inteligencia y segunda intención, inconscientes de la exasperación que va acumulándose contra ellos y del destino que los aguarda. Eligen para dormitar á sus anchas el rincón más tibio de la morada, se levantan perezosamente para ir á chupar en las celdas abiertas la miel más perfumada, y mancillan con sus excrementos los panales que frecuentan.

Las pacientes obreras miran el porvenir y reparan silenciosamente los desperfectos. De mediodía á las tres de la tarde, cuando la campiña azulada tiembla de fatiga feliz bajo la mirada invencible del sol de julio ó de agosto, aparecen en el umbral. Llevan un casco formado de enormes perlas negras, dos altos penachos animados, un jubón de terciopelo leonado y frotado de luz, una melena heroica, un cuádruple manto rígido y translúcido, hacen un ruido terrible, apartan las centinelas, derriban á las ventiladoras, tropiezan con las obreras que llegan cargadas de botín. Tienen el andar atareado, extravagante é intolerante de dioses indispensables que salen en tumulto á cumplir algún gran designio ignorado por el vulgo. Uno tras otro afrontan el espacio, gloriosos, irresistibles, y van tranquilamente á posarse en las flores más vecinas, donde duermen hasta que el fresco de la tarde los despierta. Entonces vuelven á la colmena en el mismo torbellino imperioso, y siempre desbordantes del mismo gran designio intransigente; corren á las despensas, hunden la cabeza hasta el cuello en las cubas de miel, se