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hinchan como ánforas para reparar las agotadas fuerzas, y ganan con pesado paso el buen sueño sin pesadillas ni preocupaciones que los recoge hasta su próxima comida.

1 II

Pero la paciencia de las abejas no es igual á la de los hombres. Una mañana comienza á circular por la colmena la consigna esperada, y las apacibles obreras se transforman en jueces y verdugos. No se sabe quién da la consigna; emana de repente de la indignación fría y razonada de las trabajadoras, y de acuerdo con el genio de la república unánime, tan pronto como se pronuncia llena todos los corazones. Una parte del pueblo renuncia á salir en busca de botín para consagrarse aquel día á la obra justiciera. Los gordos holgazanes dormidos en descuidados racimos sobre las paredes melíferas, son arrancados bruscamente de su sueño por un ejército de vírgenes irritadas. Se despiertan beatíficos y sorprendidos, no pueden dar crédito á sus ojos, y su asombro logra apenas asomar & través de su pereza, como un rayo de luna á través del agua de un pantano. Se imaginan victimas de un error, miran en torno suyo estupefactos, y la idea matriz de su vida se reanima en sus torpes cerebros, y les hace dar un paso hacia las cunas de miel, para reconfortarse en ellas.