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de que nuestra ciencia sea tan corta como nuestra experiencia? Las abejas viven desde hace millares de años, y nosotros las observamos desde hace diez ó doce lustros. Aunque quedara probado que no ha cambiado nada en la colmena desde que la abrimos, ¿tendríamos derecho para deducir que nunca se ha modificado nada tampoco antes de que la hubiéramos interrogado? ¿No sabemos, acaso, que en la evolución de una especie, un siglo se pierde como una gota de lluvia en los remolinos de un río, y que sobre la vida de la materia universal los milenarios pasan tan rápidamente como los años en la historia de un pueblo?

III

1 Pero no está demostrado que las abejas no hayan variado en nada sus costumbres. Examinándolas sin preocupación anterior, y sin salir del pequeño campo iluminado por nuestra experiencia actual, se hallarán, por el contrario, variaciones muy sensibles. ¿Y quién dirá las que se nos escapan? Un observador que tuviera alrededor de ciento cincuenta veces nuestra altura, y cerca de setecientas mil nuestro volumen —tales son las relaciones de nuestra talla y peso con las de la humilde mosca de miel,—que no entendiera nuestro idioma y que estuviese dotado de sentidos completamente distintos de los