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len por la harina y del propóleos por el barniz artificial. Hemos visto con cuánta habilidad sa—ben adecuar á sus necesidades las moradas, desconcertantes & veces, en que se las introduce.

Hemos visto también con qué destreza inmediata y sorprendente han sacado partido de los panales de cera estampada que se les ofreció.

Aquí, la útilización ingeniosa de un fenómeno milagrosamente feliz pero incompleto, es absolutamente extraordinaria. A la verdad, han comprendido al hombre á media palabra. Figuraos que desde siglos atrás construyéramos nuestras ciudades, no con piedras, cal y ladrillos, sino por medio de una substancia maleable, penosamente secretada por órganos especiales de nuestro cuerpo. Cierto día, un ser omnipotente nos de posita en el seno de una fabulosa ciudad. Reconocemos que está construida con una substancia igual á la que secretamos, pero en cuanto á todo lo demás es un sueño cuya lógica misma, una lógica deformada y como reducida y concentrada, es más desconcertante que la misma incoherencia. Vese en ella nuestro plan ordinario, todo se encuentra en ella de acuerdo con lo que esperábamos, pero en germen, y por decirlo así, aplastado por una fuerza prenatal que lo ha de tenido en esbozo é impedido que se desarrolle.

Las casas que deben tener cuatro ó cinco metros de alto, forman pequeñas elevaciones que nuestras dos manos pueden cubrir. Millares de paredes están trazadas por un rasgo que enciefra á la vez su contorno y la materia con que se construirán. En otros puntos hay irregularida.

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