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— 243 mil especies de plantas si las abejas cesaran de visitarlas), y ¡ quién sabe! quizá nuestra misma civilización, porque todo se encadena en estos misterios. Quizá la hayáis visto en algún rincón abandonado del jardín, agitándose en torno de la maleza. Es bonita y viva; la que más abunda en Francia; está elegantemente salpicada de blanco sobre fondo negro. Pero esa elegancia oculta una desnudez increíble. Lleva una vida de hambre. Casi siempre está poco menos que desnuda cuando sus hermanas van vestidas de pieles abrigadas y suntuosas. No posee instrumento alguno de trabajo. No tiene canastillas para recoger el polen como los Apidos, ni en su defecto el penacho coxal de las Adrenas, ni el cepillo del vientre de la Gastrilégidas. Es menester que recoja penosamente, valiéndose de sus pequeñas garras, el polvo de los cálices y que lo trague para llevarlo á su cueva. No tiene más herramientas que la lengua, la boca y las patas, pero la lengua es demasiado corta, las patas son débiles y las mandíbulas sin fuerza.

No pudiendo producir cera, ni taladrar madera, ni cavar el suelo, practica desmañadas galerías en la médula tierna de las zarzas secas, instala allí algunas celdas toscamente acomodadas, las provee de un poco de alimento destinado á los hijos que no verá jamás, y luego, cumplida su pobre misión para un fin que no conoce y que no conocemos tampoco, se va á morir á un rincón, sola en el mundo, como había vivido.