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tangibles que coronaban el mundo antes de nuestra llegada, han palidecido al contacto del efluvio nuevo. No sabemos dónde nos conduce, qué hará de nosotros, qué haremos con él. El mismo nos lo enseñará cuando reine en la plenitud de su fuerza. Entretanto no pensemos sino en darle todo cuanto nos pida, en sacrificarle todo cuanto pueda retardar su florecimiento. No cabe duda de que ese es, por ahora, el primero y el más claro de nuestros deberes. El nos enseñará los — otros. Los alimentará y prolongará según sea alimentado él mismo, como el agua de las alturas alimenta y prolonga los arroyos de la llanura, según el alimento misterioso de su cima. No nos desvivamos por saber quién aprovechará la fuerza que va acumulándose á costa nuestra. Las abejas ignoran si han de comer la miel que cosechan. También nosotros ignoramos quién se servirá de la potencia espiritual, que introducimos en el Universo. Así como andan de flor en flor, recogiendo más miel de la que necesitan para ellas y para sus hijos, andemos también de realidad en realidad, buscando todo cuanto puede procurar alimento á esa llama incomprensible, para estar prontos á todo evento, con la certidumbre del deber orgánico cumplido.

Alimentémosla con nuestros sentimientos, con nuestras pasiones, con todo lo que se ve, se huele, se oye, se toca, y con su propia esencia que es la idea que saca de los descubrimientos, de los experimentos, de las observaciones que trae de todo cuanto visita. Entonces llega un momento en que todo resulta tan bien para el es-