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No por eso dejan de seguir cumpliendo su deber primitivo y profundo. Y precisamente aquellas que obedecen mejor á ese deber son las que se hallan mejor preparadas para aprovechar de la intervención sobrenatural que eleva hoy la suerte de su especie. Ahora bien, es menos difícil de lo que se cree descubrir el deber invencible de un ser. Se lee siempre en el órgano que le distingue y al que están subordinados todos los demás. Y así como está inscripto en la lengua, la boca y el estómago de las abejas que deben producir la miel, en nuestros ojos, en nuestros oídos, en nuestra médula, en los lóbulos de nuestra cabeza, en todo el sistema nervioso de nuestro cuerpo, está escrito que hemos sido creados para transformar lo que absorbemos de las cosas de la tierra, en una energía particular y en una cualidad única en el globo. Ningún ser que yo sepa, ha sido combinado para producir como nosotros ese flúido extraño que llamamos pensamiento, inteligencia, entendimiento, razón, alma, espíritu, potencia cerebral, virtud, bondad, justicia, saber; porque posee mil nombres, aunque no tenga sino una sola esencia.

Todo en nosotros le ha sido sacrificado. Nuestros músculos, nuestra salud, la agilidad de nuestros miembros, el equilibrio de nuestras funciones animales, la quietud de nuestra vida llevan la creciente pena de su preponderancia.

Es el estado más precioso y más difícil á que pueda elevarse la materia. La llama, el calor, la luz, la vida misma, luego el instinto, más sutil que la vida y la mayor parte de las fuerzas in-