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<—40introducirse fraudulentamente en las ciudades mal custodiadas, ó por la fuerza en las que son demasiado débiles para defenderse. En breve pierden la noción del deber deslumbrador pero implacable que hace de ella la esclava alada de las corolas en la armonía nupcial de la Naturaleza, y á menudo cuesta mucho hacer que vuelva al camino del bien tan depravada colmena.

V Todo indica que no es la reina sino el «espíritu de la colmena» quien resuelve la enjambrazón. Pasa con la reina lo que con los jefes entre los hombres; parece que mandan, pero ellos mismos obedecen á órdenes más imperiosas y más inexplicables que las que dan á sue súbditos. Cuando el «espíritu» ha fijado el momento, es menester que desde la aurora, quizá desde la víspera ó la antevíspera, haya dado á conocer su resolución, porque apenas ha sorbido el sol las primeras gotas de rocío, cuando ya se observa en torno de la zumbante ciudad una desusada agitación, ante la que el apicultor no suele engañarse. A veces hasta se diría que hay lucha, vacilación, retroceso.

Acontece, en efecto, que durante varios días seguidos la inquietud dorada y transparente crezca ó se apacigüe sin razón visible. Fórmase en ese instante una nube que no vemos en el