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que nada nos satisface, que nada nos parece tener su objeto dentro de sí, que nada creemos que exista sencillamente, sin segunda intención.

¿Acaso hemos podido hasta ahora, imaginar uno solo de nuestros dioses, desde el más grosero hasta el más razonable, sin hacer inmediatamente que se agite, sin obligarlo á crear una multitud de seres y de cosas, á buscar mil fines más allá de sí mismo, y nos resignaríamos jamás á representar tranquilamente y durante algunas horas una forma interesante de la actividad de la materia, para volver en seguida, sin pena ni sorpresa, á la otra forma que es la inconsciente, la ignota, la dormida, la eterna?

XIII

Pero no olvidemos nuestra colmena en que el enjambre se impacienta, nuestra colmena que hierve y rebosa ya en olas negras y vibrantes, como un vaso sonoro bajo, el ardor del sol. Es mediodía, y diríase que en torno del calor que reina, los árboles reunidos detienen todas sus hojas, como se detiene el aliento en presencia de una cosa muy dulce pero muy grave. Las abejas dan la miel y la cera perfumada al hombre que las cuida; pero lo que quizá valga más que la miel y que la cera, es que llaman su atención sobre la alegría de junio, es que le hacen saborear la armonía de los meses hermosos, es que todos los acontecimientos en que se mezclan están ligados á los cielos puros, á las fies-