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el experimento, empolvando con materias colorantes algunas de esas «cenicientas» resignadas, que se reconocen fácilmente por su andar serio y algo pesado en medio del pueblo de fiesta, muy rara vez he encontrado alguna en la embriagada multitud del enjambre.

XVI

Y sin embargo, el atractivo parece irresistible. Es el delirio del sacrificio, quizá inconsciente, ordenado por el dios; es la fiesta de la miel, la victoria de la raza y del porvenir; es el único día de júbilo, de olvido y de locura; es el único domingo de las abejas. Se creería que es también el único día en que comen á satisfacción, en que conocen plenamente la dulzura del tesoro que amontonan. Parecen prisioneras libertadas y repentinamente transportadas á un país de exuberancia y de recreo. Se regocijan, no pueden dominarse. Ellas, que no hacen jamás un movimiento falto de precisión ó inútil, van, vienen, salen, entran, vuelven á salir para excitar á sus hermanas, para ver si la reina está pronta, para engañar y aturdir la espera. VueIan mucho más alto que de costumbre, hacen vibrar en torno de la colmena el follaje de los altos árboles. No tienen ya temores ni cuidados. Ya no son bravías, suspicaces, recelosas, coléricas, agresivas, indomables. El hombre, el amo ignorado á quien no reconocen nunca y que no logra avasallarlas sino plegándose á todos