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da en la terrible cárcel tumultuosa cuyos muros obstinados irán relevándose, por decirlo así, hasta que muera, pues en este caso particular nunca ocurre que una reina salga viva.

También una de las grandes dificultades de la apicultura es la introducción y el reemplazo de las reinas. Es curioso ver á qué diplomacia, á qué complicados ardides tiene que recurrir el hombre para imponer su voluntad y engañar á esos insectillos tan perspicaces, pero siempre de buena fe, que aceptan con un valor conmovedor los acontecimientos más inesperados, y no ven en ellos, aparentemente, más que un capricho nuevo pero fatal de la Naturaleza.

En suma, en toda esa diplomacia, y en el desorden desesperante que muy á menudo producen esos aventurados ardides, el hombre cuenta siempre, casi empíricamente, con el admirable sentido práctico de las abejas, con el tesoro inagotable de sus leyes y de sus costumbres maravillosas, con su amor al orden, á la paz, al bien público, con su fidelidad al porvenir, con la firmeza tan hábil y el desinterés tan serio de su carácter, y, sobre todo, con una constancia para cumplir con sus deberes, que nada logra cansar. Pero el detalle de esos procedimientos pertenece á los tratados de apicultura propiamente dicha, y nos llevarían demasiado lejos. (1) (1) Por lo general se introduce la reina extraña encerrándola en una jaulita de alambre, que se cuelga entre dos panales. La jaula está provista de una puerta de cera y miel que las abejas roen cuando se ha disipa-