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quedado con la victoria, sea que, sintiéndose en su casa, en medio de los suyos, tenga más audacia y ardor que la otra, sea que las abejas, si bien imparciales en el momento del combate, lo sean menos en la manera de encarcelar á las rivales, porque ese encarcelamiento no parece perjudicar á la madre, mientras que la extraña sale de él siempre, visiblemente estropeada y lánguida.

XXV

Un experimento fácil demuestra mejor que cualquier otro que las abejas reconocen á su reina y sienten hacia ella verdadero cariño. Sacad la reina de una colmena, y bien pronto veréis producirse todos los fenómenos de angustia y desesperación que he descrito en el capítulo anterior. Devolvédsela, pocas horas después, y to das sus hijas correrán á su encuentro, ofreciéndola miel. Las unas formarán calle á su paso ; las otras, poniéndose cabeza abajo y abdomen arriba, trazarán ante ella grandes semicirculos inmóviles pero sonoros, en los que cantan sin duda el himno del regreso, diríase que demostrando, de acuerdo con sus ritos regios, el respeto solemne ó la felicidad suprema.

Pero no esperéis engañarlas substituyendo la reina legítima con una madre extraña. Apenas haya dado ésta algunos pasos en la plaza, las obreras indignadas acudirán de todas partes. Se rá inmediatamente cogida, envuelta y manteni-