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cha las delgadas y ágiles obreras, pero que no lograba franquear la pobre esclava del amor, notablemente más pesada y corpulenta que sus hijas. A la primera salida y notando que la reina no las había seguido, las abejas volvían á la colmena, y reñían, empujaban y maltrataban de una manera muy manifiesta á la infeliz prisionera, á quien acusaban sin duda de pereza ó suponían algo débil de razón. A la segunda salida, su mala voluntad parecía evidente, la cólera aumentaba y las sevicias se hacían más graves. Por fin, á la tercera, juzgándola irremediablemente infiel á su destino y al porvenir de la raza, casi siempre la condenaban y la mataban en la cárcel real.

— XXVII

Como se ve, todo está subordinado á ese porvenir con una previsión, un acuerdo, una inflexibilidad, una habilidad para interpretar las circunstancias y sacar partido de ellas, que confunden de admiración cuando se tiene en cuenta todo lo imprevisto, todo lo sobrenatural que nuestra reciente intervención siembra— sin cesar en sus moradas. Quizá se diga que en el último caso interpretan muy mal la impotencia de la reina para seguirlas. ¿Seríamos mucho más perspicaces nosotros, si una inteligencia de orden diferente y servida por un cuerpo tan colosal que sus movimientos son casi tan inapreciables como los de un fenómeno natural, se entretu-