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se elevará de una manera extraña entre los monumentos ordinarios de la ciudad. El año pasado encontré en una de mis colmenas, una aglomeración de tres de esas tumbas, separadas como los alvéolos de los panales por paredes medianeras, para economizar la cera lo más que fuese posible. Las prudentes sepultureras habíanlas levantado sobre los restos de tres caracolitos que un niño había introducido en su falansterio. Por lo común, cuando se trata de caracoles, se contentan con tapar con cera el orificio de la concha. Pero como en este caso, las conchas estaban más ó menos rotas y agrietadas, juzgaron más sencillo sepultar el todo, y para no entorpecer el tráfico de la entrada, de jaron, en la incómoda mole, cierto número de galerías exactamente proporcionadas, no á su tamaño sino al de los machos, dos veces más grandes que ellas. Esto, y el hecho siguiente, ¿no permiten creer que un día han de llegar á descubrir por qué no puede seguirlas la reina á través del enrejado? Tienen un sentido segurísimo de las proporciones y del espacio que su cuerpo necesita para moverse. En las regiones en que pulula la asquerosa esfinge calavera, la Acherontia Atropos, construyen á la entrada de las colmenas una serie de columnitas de cera entre las que el saqueador nocturno no puede introducir su enorme abdomen.