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toma á manos llenas del montón, con ayuda de una cuchara, y derrama en seguida donde quiere las vivientes cucharadas, como si fueran de trigo. Nada tiene que temer de las abejas que zumban en torno suyo. y cuya multitud le cubre la cara y las manos! Escucha su canto de embriaguez, que no se parece á su canto de cólera.

No tiene que temer que el enjambre se divida, se irrite, se disipe ó se le escape. Ya lo he dicho ese día, las misteriosas obreras tienen un espíritu de fiesta y de confianza que nada lograría alterar. Se han deshecho de los bienes que tenían que defender, y ya no reconocen á sus enemigos. Son inofensivas á fuerza de ser felices, y son felices sin que se sepa por qué :

cumplen con la ley. Todos los seres tienen, así, su momento de ciega felicidad, que la Naturaleza les procura para arribar á sus fines. No nos sorprenda que las abejas se dejen engañar por ella nosotros mismos, que, con ayuda de un cerebro más perfecto, la observamos desde hace tantos siglos, somos también su juguete, y todavía ignoramos si es afectuosa, impasible ó bajamente cruel.

El enjambre permanecerá donde haya caído la reina, y aunque hubiera caído sola en la colmena, una vez señalada su presencia, todas las abejas se dirigirán, en largas filas negras, hacia el retiro materno, y mientras la mayoría penetra apresuradamente en él, otra multitud, deteniéndose en el umbral de las puertas desconocidas, formarán junto á éste los círculos de júbilo solemne con que acostumbran saludar los