cho entre el marco de la puerta, y tuve el presentimiento de que apoyaba su cabeza sobre la losa de un sepulcro. El insomnio no es propiedad de la juventud, y a poco, a la débil claridad de la luna, durmióse con los labios entreabiertos. Sonreía, sin duda, al amable sueño, con una alegre flor, si puede ser flor la expresión espiritual corporizada en un gesto. Pero él ignoraba que la luz del astro, adelantando, tocaba ya su lecho, y que la flor feliz de su semblante se abría en una atmósfera de tristeza.
» Volví a mirar la puerta, creyéndola la de su tumba. Afuera, entre los sarmientos retorcidos de una parra, aparecían las estrellas, como uvas maravillosas, al alcance de la mano. Eso podía hacerme pensar en versos de amor, que en otros tiempos dijeron mis labios entre el zumbar de las abejas y el beso de las mujeres, y que hoy son regocijadas uvas de dulce licor, en las páginas eróticas de los diwanes. ¡ Pero no ! sentí un estremecimiento ante la sonrisa de mi compañero. Era tan bello, que me subyugaba. Además, el recuerdo de mi hermosura vive en muchas viejas mentes ; mi rostro ha dado origen a más de una leyenda ; por eso, algunos semblantes me producen tierna melancolía : son un cristal donde miro mis antiguos treinta años... El joven se despertó, y al incorporarse