cido por el tumulto, sin oir que labraban su ataúd, mientras la luna, bañando todo el lecho, lo envolvía ya en su impalpable sudario. Cuando vino el alba un arriero le despertó. Yo no había cerrado los ojos y oí su despedida : «Adiós, hasta que el sol me vuelva a la tienda ; ¡ oh temeroso abuelo, fabricante de enemigos !» » Sabéis el resto. Deshecho, ensangrentado, le recogían, una hora más tarde, de un abismo. Parece que el monte le faltó bajo los pies por correr tras una nube rósea y nivea que volaba como un flamenco.»
Harún el Ahnap oyó todo el relato, sin añadir una sola pregunta o un comentario. En la mañana del nuevo día, buscando la fuente, prosiguió el peregrinaje. Sus pies, fatigados, ayudábanse con el báculo : pero la fiel ilusión le acompañaba, siendo viva luz que hacía más ligera su sombra. Sin embargo, algo nuevo dificultaba ahora su camino : el terror de las puertas. Elegía chozas sin ellas, al entrar a una población. Y cuando llegó a un desierto, pensó con placer que, al cruzarlo, dormiría bajo tiendas de lona.
Y así fué, y Alá, al fin, so puso de su parte, y un día, al hundirse el sol, vio el brocal de una cisterna, idéntico al de su sueño. «He ahí