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una sombra, por su delicia, sagrada, y para ti un licor que es, por su calidad, divino.»

El rey tomó llena la copa ofrecida. Era de oro, y al elevarla cuidadosamente a los labios, le hizo lucir una línea de esmeraldas entre arabescos de diamantes. Después, las piedras engendraron un leve relámpago ; el licor había desaparecido.

Dhobyami esperó en vano la real palabra ; el refinado bebedor permaneció en silencio. Y el copero, con asombro, le vio ensimismarse ante una copa vacía. Era la primera vez que aquello pasaba. Los convidados, aunque medio ebrios, cesaron en su alegre tumulto y miraron al rey. Este parecía leer en el fondo de la copa atentamente su destino ; después la alejó, observando las esmeraldas, como el viajero extraviado en el desierto consulta las estrellas.

«Ea — exclamó violento, — decid : ¿qué habéis puesto en este vino?»

«Señor — respondió Dhobyami, — ciencia, para hacerlo digno de vuestros labios.»

Barc Wail no oyó la contestación. Las esmeraldas le atraían, contemplábanle como ojos humanos, y su belleza estremecíase con expresiones de angustia. Luego vio los diamantes correr, imitando gotas de rocío, pareciendo chispas de Irfz, y >eran lágrimas entre las esmeral-