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Página:La voz del Nilo (1915).djvu/132

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goce de vivir dulce y ardiente. Encendióse en sus ojos luz interior transformadora, y todo el bosque despojado pareció exultar vestido ; tal, en su espíritu, los anhelos se convertían en flores reales de la esperanza. Después, irradiando júbilo, entró en la cueva y llamo al poeta. Levantóse un instante el burko y Mudrix prosternóse, creyendo que las piedras se hendían, para que descendiese el cielo a vivir entre sus muros. Alzó de nuevo el rostro, y la reina ya no estaba.

Cuando salió al bosque, los hombres y las mujeres no se atrevieron a saludarle familiarmente, como tenían costumbre. Creían ver en sus ojos el resplandor de lo que ellos no vieran, mirándole como divinizado por la real persona.

Pudo la primavera refulgir con su fecunda sonrisa, y pudo arribar el estío con todas las pompas de su belleza : Mudrix era un espectro, sin encontrar su carne ; sólo el sufrimiento le advertía de la existencia de su cuerpo. El amor y el insomnio le devoraban, y fiebre angustiosa le discurría por las venas. Vislumbraba las cosas a través de su llanto, y era tan abundante, que el bosque todo le parecía de hundáis, árboles cuyo perfume arranca lágrimas.

En el otoño siguiente apareció el kallatín de