blancas, como caídas de los montes de esa luna que tú estudias : las hay rojas, como con pensamientos de esa alba que, apagando los astros, te encierra en la torre.»
— «Yo no veo las flores — exclamaba el astrólogo ; — pero siento su perfume traído por las invisibles alas de la noche.»
— aTampoco veo los cambios anunciados en las estrellas — declaraba el jardinero ; — pero veo su luz y me dicen : haz que las flores nos imiten en el brillo.»
Y ambos eran perfectamente venturosos ; y el reloj de cristal marcando adentro las horas, y el cuadrante rigiéndolas afuera, murmuraban en silencio, ya con el rayo de sol, ya con el grano de arena : «El tiempo pasa sin ruido, como la vida apacible por el corazón de los que habitan nuestro huerto.»
Dolido por la muerte de Guiñara, aquella que al retratarse en sus ojos se los convertía en felices y sagrados, sufriendo el dolor de los dolores, puesto que su amor por sobre la muerte, era con sus recuerdos un martirio Sin esperanza, el pobre Masrur llamó a la puerta :
«¿Vive aquí la ventura?» — preguntó. — «Vive — le respondió el jardinero, — y se adorna con mis flores.» Después se acercó a la torre : «¿Vi-