— Amada, que su paso no me señale más la huella del dolor.
Yo le dije :
— ¿Por qué no comer frescos dátiles coronados de flores?
Ella me respondió :
— La ráfaga no los voltea ; sube a mi palanquín para alcanzarlos.
Y entramos al palanquín, y el camello hizo sus tres movimientos, y una vez de pie, marchó acompasadamente, con un gran ritmo que le daba majestad y gracia. Y al llegar al bosque de dátiles, se detuvo ; y la dulzura del fruto untó nuestros labios con una nueva alegría.
Yo le dije :
— Deja las bridas sueltas, y que el buen animal vaya sin rumbo, semejante a mi corazón, cuando la duda le hacía desear la muerte.
Ella me respondió :
— Se internará en el oasis, que es un canto de la vida.
El oasis respiraba ya en la frescura de la próxima noche, sacudiendo con inmenso suspiro el ardoroso vaho. Un ligero soplo, después de acariciar las plantas, besaba nuestras frentes, y