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sa acariciante y sigue. Después el cristal deshace sus arrugas serenándose.

ZARA

Lo veo...

BEN'HURR

¡ Ah ! ni es el tiempo brisa, ni mi frente es agua.

ZARA

Oyendo los murmurios, yo te diré otra cosa. Cuando las hojas, en el primer otoño del mundo, empezaron a caer, un ángel quiso salvar los árboles. «Señor — exclamó, — tú que todo lo puedes, prolonga el estío.» Dios, oyendo la súplica, volvióle al sol sus más ardorosos rayos. Las ramas, sin embargo, siguieron despojándose. Las hojas, en vez de caer solamente secas, gemían como quemadas. El ángel comprendió que su amor no podía transformar las fuerzas de la vejez. Pensó entonces con tristeza en el hombre achacoso a quien viera a menudo mirándose en una fuente, mas se daba una pena inútil. Las piedras eran vetustas ; el agua