ten y se inclinan como buscando un refugio en su propia sombra.
Después de Ismailía, el paisaje cambia y aparece resplandeciendo el Nilo azul. Con emoción se saluda al río: él es el Egipto. Se viene a escuchar su voz sonante con los ecos de las más viejas civilizaciones. La frescura de sus aguas tiene el primer aliento del mundo exhalado sobre templos, palacios y sepulcros. Hay otros ríos, y entre ellos el paterno, que hablan más al corazón; el Nilo es un río del almn. Jesús lo cruzó antes de recibir las aguas del Jordán. Mirarlo, es también un sueño de artista. Cual los viejos faraones, saludámoslo con el nombre de Padre de los dioses, evocando la imagen que lo simbolizaba, con la corona de papiros y el ramo de lotos... Los terrenos de aluvión acarician los ojos con sus sembradíos. Las palmeras se aproximan y, eslabonando sus penachos, forman en los aires oasis de verduras. Villas y aldeas se suceden. La animación de las estaciones es extraordinaria, con gritos pregonantes de naranjas y dátiles, entre el movimiento de negros y de blancos, y la mezcla de túnicas ceñidas y mantos sueltos, con tarbuches rojos y multicolores albornoces.
En las eras, los ganados se multiplican; en los caminos, los cargamentos, sobre una raza de