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fuertes y pequeños asnos, pasan sin cesar, rozando las monturas de los camellos sufridos y enigmáticos. De todas partes llega una impresión de bienestar, con fiebre de trabajo ; y el color de los cuadros y el bullir de la vida acrecen, mientras el Cairo se acerca. El tren, co mo en París o en Nueva York, entra silbando bajo una resonante bóveda de cristales ; estamos en la ciudad de los Califas.