gra zafarse, después de sembrar el espanto... Y hace meditar ese poema, lleno de imágenes expresadas por esculpidas imágenes, lo que les da, hasta en su forma material, algo de inmenso y misterioso.
Desde lo alto del pilón tolemaico se domina el conjunto. Las ruinas tienen un esplendor extraordinario, y en la frase contradictoria está la sensación verdadera. Masas de piedra sobreponiéndose las unas a las otras quieren asaltar el cielo. Los templos reunidos por varios reinados, no son la obra del hombre, son la creación de un pueblo.
Los obeliscos de Thutmos I se levantan surgiendo, como con desnudeces rosadas, entre negros pilones. Después del amasijo del templo del Medio Imperio, que hace pensar en una catástrofe humana, la sala hipóstila de Eamsés I hace creer en una fabulosa de dioses, héroes y montes. Falta el techo, donde las constelaciones y los astros pintados figuraban el cielo sobre la tierra ; pero aun existen ciento treinta y cuatro columnas, elevándose algunas hasta treinta y dos metros con diez de circunferencia. Una tempestad y un temblor de tierra, combinados, fueron necesarios para derribar el gigantesco bosque. Si las columnas caídas cantan las victorias del tiempo, bastan las en pie para