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be errante, en su silencio, acentuado por el murmurio de las hojas, estremecidas por los frescos soplos del Nilo, sólo puede, bajo el jubiloso cielo indiferente al que sufre y espera, recoger la paz que exhala el sueño de las cosas. Y puede también, entre los árboles, contemplando la nave de piedra, evocar la mezquita de Medina, edificada por el profeta mismo. Allí, palmeras reales eran columnas, apoyo natural del techo. El viento, llegando del desierto, después de zumbar en la esterilidad de la nada, animaba las copas como éste viniente del Nilo ; y en sus murmurios vagaba el espíritu del Enviado, con pensamientos sin palabras, evocadores de los árboles que, según su promesa, dan sombra a las fuentes del Paraíso.