mitigar su sed, con tal de oír sus canciones. Así era el espíritu del pueblo árabe... Feresdak, escuchando la mualakat de Lebid, se pros- ternó diciendo : «Otros caen de rodillas ante ciertos suras del Corán ; yo saludo en esta forma los hermosos versos.» Así era el espíritu de la clase elevada... Y hoy, en estos cafés populares, los antiguos gustos renacen, o por mejor decir, se perpetúan.
El cuadro da la impresión de ciertas calles andaluzas, donde el cigarrillo y los naipes y la charla sobre toros, son los elementos de la vida cuotidiana, entre un rasgueo de guitarras, un paso de jota y una copla de cante hondo... Dejamos a los clientes de los cafés, contentos. La alegría empieza a ser cosa santa en el mundo sombrío. Hacen bien en olvidar estos árabes que es de trabajo la vida del hombre sobre la tierra. En Europa la civilización moderna los transformaría en obreros, matándoles la felicidad, al despojar sus almas de creencias y sus músculos de fuerzas. El humo de los narguillés no es de usina que les empañe el cielo, y al través de sus giros lo ven cual techo azul de una vasta tienda hospitalaria. ¡ Que no conozcan otro y sigan tranquilos fumando y oyendo la historia de Antar y las aventuras de Seyid, contadas por sus poetas ; he ahí los votos del viajero !...