Página:La voz del Nilo (1915).djvu/43

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por la suerte no consuelan a los otros, sino, también gritando, les acompañan en su pena. Los hombres maldicen entre los sollozos de las mujeres. Algunas se mesan los cabellos, desgarrándose los tocados. Un mendigo, cubierto con un sayal gris, apóyase en un niño descalzo, que lleva apenas una camisa sobre el cuerpo. Gigantesco, silencioso e imponente, avanza el anciano, y sus ojos de ciego, llenos de gruesas lágrimas, están más obscurecidos que nunca. Entre el desconcierto de ininteligibles palabras, nos estremece un soplo de las antiguas tragedias. Y de pronto, el mendigo, dominando la multitud, nos da en su serenidad dolorosa, como en un relámpago, la impresión de Edipo partiendo al bosque purificante, entre el horror compasivo de su Tebas... Los grupos se alejan por la avenida, y el sol, filtrándose entre las acacias, les pone aquí y allá alegres escamas de oro.