«Voyez le grand Champollion.»
Pierrot siente dos tirones d.e oreja, mientras el faraón del frac, melancólico y lastimoso, se pierde entre los grupos. Quien le maltrata, un chambelán, usa de ese amable modo para pedir paso.
El pobre agredido se acoquina en un rincón. Don Juan de Austria, hablando en español, pasa con el príncipe Colonna. Se detienen, golpean la puerta de un claustro :
«En nombre de Lepanto, abrid» — gritan.
y los eunucos caen de rodillas. Entonces pasan, siguiendo a los vencedores, las mujeres blancas, las pensativas sombras que Pierrot conoce. Este se precipita, pero los negros, puestos en pie, se vengan a mojicones, sobre él, de la humillación de hace un instante.
En tanto, un invisible personaje recita la Dogaresse de Heredia : Et tandis que reesaim brillant des Cavaliers Traine la pourpre et l'or par les blancs escaliers, Joyeusement baignés d'une lumiére bleue ; Indolente et superbe, une Dame, l'écart, Se toumant à demi dans un flot de brocart, Sourit au négrillon qui lui porte la queue.
Los eunucos dejan de oprimir a Pierrot, cual si las manos posadas en sus hombros se deshicieran fluidas, y él las ve aparecer levantando