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Página:Las Fuerzas Extrañas.djvu/277

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LAS FUERZAS EXTRAÑAS

los astros del firmamento, concentrando sus rayos en mi pobre ojo humano, inconcebiblemente pequeño ante el universo, y subordinados por la mísera chispa de mi cerebro al imperio de una ley; pues á través del frágil cristal de mi ojo, el universo entero estaba en mí, y todos sus astros brillaban en mí como si yo hubiera sido el infinito.

Música de las esferas que el iniciado heleno concibió en su sistema: ¿qué necesidad tenía de oirte con mis orejas, si tu transporte comunicaba á mi ser la beatitud inefable? Espectáculo de la bóveda estrellada, siempre el mismo y nunca monótono para el humano en meditación: ¿qué mérito mayor podía atribuirte que el de consolar mis tristezas? Condición humana, dulcemente grata en tu pequeñez, puesto que á ella debes la dicha de adorar; vida del hombre, preciosa en su fugacidad de soplo, ya que ésta misma te acerca á la inmortalidad: nunca como aquella noche comprendí vuestro destino, uno con el infinito y siendo el infinito mismo, á la manera del rayo solar que tamizado por el más pequeño poro, lleva no obstante á la pupila la sensación de todo el sol.

Mi interlocutor hizo un movimiento como si despertara, y alzando su mano señaló el cielo del sur.

Las nubes magallánicas rozaban el horizonte