pio y Adela, que fué la primera en gozar de aquel espectáculo, lanzó algunas exclamaciones de admiración, que excitaron más y más la curiosidad de Luis. Llególe á éste su turno, y fué grande también su asombro. Tenía ante sí una Luna cuya extensión, notablemente aumentada, apenas podía abarcarse con la vista, y cuyo relieve se apreciaba perfectamente. Faltaban aún tres días para que la Luna estuviese en su lleno, de modo que no se veía sino una parte de su disco, pero con una precisión admirable y con una riqueza de detalles, que produjo en Luis una sorpresa y una alegría indescriptibles.
En la parte superior del astro (que realmente correspondía á la inferior, puesto que el anteojo astronómico invierte los objetos) vió Luis una multitud de pequeñas aberturas en forma de anillo, y casi en el polo otra de esas extrañas aberturas circulares, de que se veían muy bien los bordes y la sombra, y que tenía, relativamente, gran tamaño. Brillaba mucho, y de ella parecían partir una serie de radiaciones que se extendían en todos sentidos. Explicó todas estas particularidades á su hermana y á D. Alberto, y éste le dijo:
—Esa especie de aberturas á manera de anillo que tanto han fijado tu atención, son montañas. La Luna es un astro de configuración eminentemente volcánica, y en casi todas sus montañas hay cráteres ó grandes aberturas, por las que en los tiempos en que el astro estaba aún dotado de animación y vida, se derramaban al exterior oleadas de lava. En vez de ofrecer las montañas lunares