Página:Las Maravillas Del Cielo.djvu/108

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
— 111 —

pues, considerar la Luna como un astro muerto, en que no hay más que altas montañas y profundos valles; llanuras áridas, surcadas por ranuras perfectamente visibles al telescopio como grietas del terreno, y que tal vez son cauces de ríos extinguidos y profundos lechos en que en otros tiempos hubo océanos, y que hoy parecen valles interminables, cuya soledad nada turba. Tampoco habrá en la luna ruido alguno, faltando aire que transmita las vibraciones á nuestro oído en forma de ondas sonoras, y reinará allí, por consiguiente, un pavoroso silencio, de que no cabe formar idea. En cambio, la sequedad de la luz que ese astro recibe dará á los colores tonos duros y violentos. Allí no existen esas delicadas medias tintas ni esos matices intermedios que tanto halagan nuestra vista en la Tierra, gracias á la atmosfera que poseemos; allí los contrastes de sombra y de luz son siempre fuertes. una luz viva, o una obscuridad profunda; no hay término medio.

Ya os he dicho que se han trazado muy buenos mapas de la Luna. En ellos están marcados los antiguos mares, los continentes, las islas, los lagos vías montañas. Todo tiene su nombre, y los habitantes de la Luna, si los hubiese, quedarían admirados de lo bien que conocemos la geografía del único hemisferio que podemos ver en ese pequeño mundo.

—Pero aunque ahora no haya habitantes en la Luna, ¿no los habrá habido en otro tiempo?— preguntó Luis.

—Es muy posible, hijo mío, porque la Luna no