Página:Las Maravillas Del Cielo.djvu/24

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pie del objeto de su adoración, así nuestro humilde planeta se reduciría á una colosal ascua, encendida por la inmensa llama de Sirio. El calor que recibiríamos de ese astro, si sólo le separasen de nosotros los 148 millones de kilómetros que distamos del Sol, sería de muchos millares de grados; toda la vida orgánica se reduciría á humo, el agua á vapores muy enrarecidos, los metales correrían por la tierra como ríos inflamados ó se volatilizarían también, la arena estaría convertida en vidrio en ebullición, y las más duras piedras, calcinadas por aquel fuego implacable, brillarían como rubíes encendidos. El astro cubriría completamente el cielo, y alumbraría tanto como 2.000 soles reunidos; pero aun suponiendo que quedase un testigo de prodigio tan espantoso (cosa imposible), sería sumamente difícil ver ese gigantesco sol, porque los mares, los ríos, los animales, los vegetales y todas las sustancias que pueden reducirse á vapor ó á humo, habrían ido á formar parte de la atmósfera, que sería muy densa y espesa; además, la Tierra, inflamada, brillaría tanto como el cielo.

—¡Qué cuadro tan terrible y al mismo tiempo tan grandioso! —dijo Adela impresionada.— Eso sería el fin del mundo. Y el sol que nos alumbra, ¿no podría dar lugar á una catástrofe parecida?

—Todo ese infierno que os he descrito en breves rasgos, se podría reproducir también si nos acercásemos al Sol dos mil veces más de lo que estamos ahora, y sin embargo, aun nos separarían de él cerca de 80.000 kilómetros; esto es, sobre