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que habitamos no sea el centro del universo.

No lo es; porque el universo es infinito y no tiene centro, ni forma, ni límites ó fronteras. En vano sería marchar en cualquier sentido del espacio con la velocidad de la luz, que recorre 300.000 kilómetros por segundo, ó con otra mucho mayor aun; caminaríamos siglos y más siglos sin llegar nunca al fin ; aparecerían ante nosotros multitud de astros cuya existencia no sospechamos desde aquí; variaría el aspecto del cielo, pero al cabo de millones de años de vuelo incesante estaríamos lo mismo que al principio, sin posibilidad de alcanzar la meta de nuestra formidable carrera á través de la inmensidad celeste.

—¿Quién podría emprender semejante viaje? — preguntó Luis.

—Nosotros lo estamos emprendiendo desde que nacimos, porque la Tierra camina incesantemente por el espacio, girando alrededor del Sol con una velocidad tan grande, que cada año recorre cerca de 1.000 millones de kilómetros. Esta cantidad es difícil de comprender, pero puede darse una idea de la rapidez del movimiento de la Tierra diciendo que en cada segundo de tiempo camina próximamente 30 kilómetros; esto es, lo que vienen á correr por hora nuestros trenes mixtos. Con semejante velocidad podría irse de Madrid á Santander en quince segundos, y de Santander á la Habana en cinco minutos. Pues bien; desde que nuestro mundo es mundo no ha dejado de marchar con esta celeridad por el espa-

LAS MARAVILLAS DEL CIELO.