Página:Las Maravillas Del Cielo.djvu/8

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el extranjero, y así Adela, juiciosa niña de once años, como Luis, que contaba trece y era sumamente aplicado, echaron muy de menos á su primo y lamentaron mucho su forzada ausencia. Propúsose entonces D. Alberto llenar cerca de sus sobrinitos el papel de profesor ameno y cariñoso que su hijo había desempeñado por algunos días, y resolvió darles algunas conferencias acerca de la ciencia astronómica, á que había consagrado todos los esfuerzos de su inteligencia desde que era aún muy joven. No se le ocultó que la tarea distaba de ser llana, porque no es lo mismo disertar ante sabios ó hacer exposición doctrinal desde una cátedra, que explicar un ramo del saber humano á niños de modo que lo comprendan y no se fastidien; pero contó con el buen deseo que sentía y con la afición que sus sobrinos mostraban al estudio. Como, por otra parte, no se proponía explicarles cuestiones abstrusas ó complicadas, sino generalidades fáciles de ser entendidas, todo se reducía á acomodar en lo posible su lenguaje á las condiciones de su pequeño auditorio, y dirigirse más bien á la imaginación, siempre viva en los niños, que á la razón fría y severa, propia sólo de las personas que han llegado á la mayor edad. Con arreglo, pues, á estas consideraciones, comenzó D. Alberto sus conferencias en la forma que indican las lecciones sucesivas.