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las amigas. Volvió la muchacha con el recado de que se excusaban ambas.

Encargó a la criada que se trajese la labor al cuarto inmediato; luego tuvo otro pensamiento. Werther se paseaba por el cuarto; sentóse Carlota al piano, empezó un minué, y no acertaba. Volvió sobre si, y sentose con sosiego junto a Werther, que habia tomado su acostumbrado sitio en el canapé.

«Trae usted algo que leer?—le preguntó—. Nada.—Pues ahí le replicó—tengo la traducción de usted de algunos cantos de Ossian; todavía no la he leído, y quisiera oirsela a usted; pero desde entonces ni trabaja, ni hace usted nada.» Sonrióse; tomó las poesias; se estremeció todo al asirlas; se le arrasaron los ojos al irlas hojeando; sentóse, y empezó a leer:

Tu sien bella y centellante,
Antorcha del firmamento,
Al ocaso entre celajes,
Entronizado lucero,
La noche en vislumbres cuaja.
Calló el huracán tremendo,
Y tu luz bañando el bosque,
Ronca el raudal a lo lejos;
La espuma, allá en mil madejas,
se derroca con estruendo;
El enjambre de la tarde
Vuela y zumba por los cerros.
¿Por qué te vas, lumbre hermosa?
Huyes, arrebol risueño.