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mente transformarlo en hermano, qué dicha la suya!... ¡Si estuviese en su mano enlazarlo con alguna de sus amigas! ¡Si cupiera el restablecer su armonía con Alberto!

Fué luego pasando reseña de sus amigas, y hallando peros y nulidades a todas; no hubo una a quien de corazón lo franqueara.

Tras este escrutinio, vino a deslindar en lo intimo de sus entrañas, sin manifestárselo a las claras a si misma, que todo su afán recóndito y ansioso era atesorarlo para sí misma, añadiendo en seguida que no podía ni debía retenerlo; y su espiritu acendrado, brillante, placentero y socorrido, se empozó en un quebranto que le atajó toda perspectiva de felicidad. Su corazón yacia en cadenas, y un lóbrego nublado le cuajaba la vista.

Eran las seis y media ya, cuando oyó subir la escalera a Werther, y conoció luego sus pasos y su voz, que preguntaba por la señora. ¡Cómo le latia el corazón, por la primera vez—nos atreveremos a decir, con su llegada! Hubiérase negado; y al verle entrar, exclamó con cierto desentono entrañable: «No ha cumplido usted su palabra. —Nada he prometido—fué su contestación. Pero algún caso merecían a lo menos mis amonestaciones—replicó—, y más habiéndoselo rogado por el bien de entrambos.»

Sin saber a derechas lo que hablaba o hacía, envió en busca de unas vecinas, para no estar a solas con Werther. Este le dió unos libros que traia, y preguntó por otros; mientras, Carlota estaba en parte deseosa de que vinieran, y en parte de que no,