Página:Las cuitas de Werther (1919).pdf/52

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
48
 

Volvime a Carlota, y me latió el pecho con cuantos extremos de cariño le profeso. Llegó en esto el angelito con su vaso; intentó arrebatárselo Marianilla.

«No, no—exclamó la niña, con la expresión más entrañable—; no por cierto. Carlota ha de ser la primerita que beba.» Conmovióme en tanto grado el arranque y la naturalidad con que clamaba, que, sin acertar a dar otro vado a mis impulsos, levanté en alto a la niña, la besé desaladamente, de modo que se puso a chillar y llorar. «¡Que le hace usted daño!»> —dijo Carlota. Quedé traspasado. Ven Magdalenita continuó, asiéndola de la mano y bajándola al caño; lávate aqui al manantial fresquito, apriesa, apriesa, y voló todo. Mientras, estaba yo mirando con cuántas veras la pequeñuela, con sus manitas mojadas, se restregaba las mejillas, con qué fe se aferraba en que la fuente de las maravillas la desimpresionaba de toda impureza, y borraba el rastro de la odiosa barba; mientras Carlota le decia que era bastante, y la niña con mayor ahinco se lavaba y relavaba, como si lo mucho fuera más eficaz que lo poco, te protesto, Guillermo, que jamás asisti con mayor acatamiento a ningún bautizo... y apenas subió Carlota, con mil amores ine le arrodillara, como ante un Profeta, que acrisolaba de sus culpas a una nación entera.

Por la tarde, rebosando todo de complacencia, no pude menos de referir mi desacuerdo a uno que, por sus alcances, juzgaba yo atinado. Pero, ¡cuitadillo de mi! Me dijo que Carlota habia andado desacertada, pues no se debia dar tal enseñanza a los niños,