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lugar, y quiero y debo conservarlo. Sólo estando loco pudiera trascordarlo... Alberto, la aprensión sola, es para mí un infierno. Pásalo bien, Alberto; påsalo bien, ángel del cielo; pásalo bien, Carlota.

15 de marzo.

He padecido un sonrojo que, sin arbitrio, me arroja de aqui. Mis dientes rechinan, ¡qué diablura!, y a ver: ¿quién tiene la culpa, sino tú, que me espoleabas, zaherias y martirizabas, para agenciarme un destino que no me podía congeniar? Ya lo tengo, allá va... Y para que no me vengas diciendo que mis aprensiones desencajadas lo transfiguran todo, ahí tienes, mi dueño y señor, una relación lisa y sencillísima, cual un historiador pudiera delinearla.

Que el Conde de C... me aprecia y me particulariza, es muy notorio, y te lo he dicho repetidamente.

Disfruté su mesa ayer mismo, día en que, por la tarde, hubo tertulión de ambos sexos y de sangre azul, en lo cual no cai ni recapacité por cierto, que no es dado terciar por tales alturas a nosotros los subalternos. Adelante. Como con el Conde, paseamos luego por el salón, sobreviene el coronel B..., y se fué haciendo hora para la concurrencia. Dios sabe que nada se me puso por delante. Asoma la reverenda señora de S..., con su caballero esposo y su maciza y gansilla señorita, pechihundida y encotillada a los mil primores; enarcan al paso sus altaneras cejas, mirando a reojo, y como esta ralea me es de suyo tan entrañablemente contrapuesta, iba a despedirme, y estaba tan solo aguardando a que