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Perfiles borrosos


–Sí, estuve mucho tiempo en el Hospital, pero no profesé. Seguramente me faltaba vocación.

Y Carmen Lira, sumida en la sombra de la sala en que pasa las primeras horas de la noche, con voz clara y un poco infantil, hacia consideraciones acerca de su existencia de novicia.

Fue cuando tenia dieciocho años y su alma, hoy tranquila y tolerante, se quemaba en el fuego de la redención. Llego al Hospital llena de ilusiones. Mas comprendió muy pronto que allí la caridad resultaba una línea recta en vez de ser la expansión piadosa con que soñaba su fantasía: era tiránica, ruda, obligatoria. Su espíritu libre no logró sujetarse a los reglamentos rígidos. Salió. Entonces fué cuando empezó a escribir y las palabras de consuelo que tenia para los enfermos fueron para el viandante a quien los frutos del camino dan la amargura de la relama del desierto: para el cautivo que ve con ojos de envidia al que circula por el arroyo sin ser mas libre que el resto humano; para el inconforme sin patria, desterrado en cualquiera de los lugares en que se encuentre; para todos, en fin, que rodamos cual las piedras sin otro rumbo que aquel que nos imprime el puntapié arbitrario del destino.

No había concluido de hablar, cuando entró un vejete de ojos rojizos y amarillenta barba, que ayu-