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V
Perfiles borrosos

Y es seguro que una damisela de Tanagra, cuyo modelador vivió hace hartos siglos, tenga para ella más secretos que el imponente Pensador de Hodin.

Basta ver su cuarto de artista: en una pared un cuadro de Paul Chabas, en la otra un retrato del despeinado Daudet, sobre el tocador un muñequín de porcelana sorprendido indiscretamente en el mismo momento en que con la camisa levantada se dispone a satisfacerse, encima de los libros de Anatole France, las Memorias de Renan, las novelas de Flaubert y las de René Bazin.

La charla de Carmen Lira está impregnada de suave ironía, de una burla amable que acaricia y no se puede precisar, así como no se sabe en que lugar está el aroma de una noche humedecida por la lluvia. Tiene para las grandezas mezquinas de los hombres una risa que corta, porque, según dice, éstos se le parecen a Palemón el estilista que después de permanecer largos años sobre una columna, meditando en los grandes enigmas del cielo y de la tierra, bajó impulsado por una futileza a la altura en que se movía el sobrante de los hombres.

En cierta ocasión una gran figura de las letras nacionales llegó a comunicarte que acababan de nombrarla socio del Ateneo.

Ella soltó el trapo de la risa y palmoteando como un pillastre con la cara sucia, respondió:

—¡Qué felicidad! ¡Ya soy de eso! Lo malo es que en casa no va a haber sitio para guardar tanto honor.

Sin embargo, tras su risa insolente de pillastre vagabundo hecho con barro de alfarería, aletea pausadamente la más espantosa de las tristezas: su alma parece una noche de tuna barnizada de claridades, pero en verdad, tenebrosa; mas como es demasiado humana, sufre en las mañanas de sol glorioso porque la vida es corta, y en las tardes glaciales porque no concluye pronto.


Francisco Soler